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Memorias de un reaccionario

Dios viaja en taxi.

Intentas tomar un taxi, la noche de lluvia que más lo necesitas: después de una cena casera a veinticinco cuadras de casa. Una lucecita verde aminora la marcha, baja la ventanilla dos dedos, le dices la dirección con una sonrisa empapada. No responde, algo no le gusto, sube el cristal y sigue sin acelerar. Andas hasta la parada, los taxis ocupados llevan clientes que se sienten dichosos al mirarte, calado hasta los huesos, temblando la sopa en la cola. Con suerte llegas a casa andando. Con desdicha te ‘levanta’ un mercedes que canta la Virgen de la Cueva.
Tengo mis años. Que civilización permite esto?
Cuando era joven paraba taxis agradecidos con la mano a media hasta.

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